Suponemos que tenemos ciertas capacidades maravillosas para resolver problemas superlativos en poco tiempo. Suponemos mal. Hemos sido criados en igualdad pero no todos somos iguales, ante la ley tenemos los mismos derechos, obligaciones y garantías , pero la ley no vive en mi casa , ni camina a mi lado por las noches , ni siquiera rige lícitamente en su palacio , fuente de todos los problemas , fuente de corrupción , donde Satanás ofrece la manzana y todos comen de ella.
La igualdad se apoya en la tolerancia, y nadie puede aceptar que el otro sea diferente para bien. Irónicamente nos jactamos de no estar en los zapatos de quien sufre injusticias, pero no nos gusta cuando alguien triunfa. Nos abruma su felicidad, nos hundimos en odio y tratamos a toda costa y a cualquier precio de ilegitimizar la victoria ajena, pues siempre queremos ser los vencedores, pero inevitablemente nunca gana ni pierde uno solo.
El egoísmo es el rey de la desconfianza, el abogado de la avaricia y el placer del narcisismo. Ciertas calles no camino, pero si tú las frecuentas, entonces iré detrás de ti, reclamando lo que es “mío”.
Todos sabemos lo que pasa, pero nadie hace nada, la pereza domina las mentes apáticas de quienes no desarrollan actos beneficiosos para el bienestar general, pues solo importa si cada uno es feliz, los demás que se pudran en el infierno, pero estallamos en ira cuando los perjudicados somos nosotros y atacamos. Contra él, contra ella, contra todo el que se cruza atacamos, porque no nos basta con ser soberbios, desiguales, egoístas, crueles y perezosos, sino que cuando algo nos va mal nos volvemos irascibles hacia los demás y no nos damos cuenta, o no queremos aceptar que son el reflejo de nuestra misma piel.
Somos testigos del apocalipsis, porque votamos positivamente ante su candidatura a : “protagonista de una sociedad de estúpidos”.
Somos la base de un sistema donde ganan pocos y pierden muchos.
Somos incapaces de cambiarlo, porque somos cobardes, tememos a ser inteligentes y dar el golpe justo para cambiar las cosas.
Somos una sociedad capitalista, lucrativa, y la competencia es el árbitro de la conciencia colectiva.
Compremos cada uno nuestro ataúd, si vamos a permitir seguir viviendo en un espacio apestoso, donde nadie, al fin y al cabo, es FELIZ.
